SOBRE LA ESPELEOLOGÍA, EL ESPELEOSOCORRO Y EL RESCATE DE CECILIO. Tomado de Cuaderno Técnico en Barrabes Nº 76 Octubre/Noviembre 2014. Fotografias por Bigot Jean-Yves
Hay que formar parte del mundo subterráneo para entender cómo es
posible que tanta gente (hasta 60 especialistas) abandonara sus trabajos y
responsabilidades para ir a colaborar en el rescate. La espeleología es una disciplina
bastante desconocida para el gran público. Ni
es un deporte de masas ni aspira a serlo. Además por las particularidades
del escenario donde se desarrolla, es difícil transmitir lo que supone la
vivencia y las dificultades de cualquier exploración. Por otro lado, somos un
colectivo con un carácter especial. Nos gusta demasiado sumergirnos en nuestro
universo y discrepar entre unos y otros.
A pesar de ello y aunque nos cueste reconocerlo, los espeleólogos compartimos
la complicidad de la vivencia subterránea. Alejados de la luz y de los taquígrafos,
exploramos las profundidades de la tierra disfrutando de la intimidad que da
una frontal en medio de la oscuridad. Pero aparte de saber avanzar con agilidad
por terreno accidentado y resbaladizo, hay que dominar a la perfección las técnicas
verticales de progresión por cuerda, donde cualquier error puede ser fatal.
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En el caso del accidente de Ceci, se añade una particularidad y es que
no existen cuevas de profundidad en Perú. De hecho, Intimachay es en estos
momentos la segunda más profunda del país. Como consecuencia de todo ello, no
existen grupos organizados de espeleología (exceptuando el ECA) y las complejas
técnicas de progresión espeleológica son totalmente desconocidas. Éste ya de
por sí, podría ser uno de los peores escenarios para un rescate, pero hay que
añadir otro problema más; el del desconocimiento por parte del gobierno (y en
este caso he de decir que tanto peruano como español) de lo que supone un
accidente de estas características.
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También había que hacer frente a los retos técnicos por la profundidad
(-400 metros), los problemas logísticos derivados de una cavidad ubicada en una
zona remota de la amazonia peruana a gran altitud, donde además hay que dar
cobertura a más de 60 personas. En esta
parte, la labor altruista de Don Javier supuso una pieza fundamental del
engranaje y fue capaz de darnos desayuno, comida y cena durante todos estos
días, a fondo perdido. Pero tampoco hay que olvidar la dimensión diplomática. Al
final una se reconoció la necesidad de especialistas españoles y se autorizó su
participación, el gobierno peruano y la embajada se volcaron en el rescate,
aportando transportes aéreos y terrestres, víveres, alojamientos y una buena
parte de la infraestructura del puesto de control en una de las intervenciones más
mediáticas que ha tenido el país.
Fotografias por Bigot Jean-Yves